lunes, 18 de julio de 2011

No cumpleaños

Los cumpleaños siempre me parecieron eventos trascendentes, situaciones especiales en las que se definía la importancia que uno tenía para los demás. Ser invitado es, a mi entender, ser tenido en cuenta; estar presente en los pensamientos de una persona que decide compartir un día especial del año conmigo. Quizás suena un poco tonto, pero así lo siento y así lo vivo. 
A veces pienso que lo que me pasa tiene que ver con mi infancia y, más precisamente, con el primer chico que me gustó. Aldo era mi mejor amigo desde cuarto grado, pero yo no era para él su mejor amigo. Todos los años jugaba un juego: Un año me invitaba a su cumpleaños y al siguiente no. Sentía que de alguna forma él sabía lo que me pasaba y jugaba con mi reacción. Por supuesto, yo simulaba lo mejor que podía aquella omisión deliberada. Las veces que me invitó, ir a aquella fiesta se convertía para mí, en el evento más importante del año, más que Navidad incluso. Y yo, todos los años, el día de su cumple, lo esperaba afuera del aula para ser el primero en saludarlo. Por supuesto, eso no cambiaba su opinión acerca de invitarme o no. Yo sabía eso y creo que él sospechaba que mi saludo estaba libre de cualquier otra intención.
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