jueves, 16 de junio de 2011

Pronóstico

Hoy fue la última clase del cuatrimestre. No llovió como estaba pronósticado, ni hubo miradas cómplices, ni palabras que delaten el intríngulis que nos tenía a nosotros como protagonistas. Nos separaba un silencio no pactado que me aturdía y me calmaba. Nos sentamos en un recreo junto con el resto de nuestros compañeros en el patio. Las paredes transpiraban y el piso estaba mojado por la humedad. 
Uno de los bancos brillaba, también estaba empapado. En aquel banco él se había sentado ayer a esperar a que sea la hora de cursar. Yo almorzaba con unos amigos en la cantina cuando lo vi y apuré el almuerzo para ir al baño y luego saludarlo. Sonreí y lo saludé. Adiviné por su postura que no quería que me siente con él. Tomaba agua de una botella cada vez más seguido y su mirada se perdía en el patio. Le hablé un poco y le robe algunas palabras. Aquel robo presagiaba el silencio de hoy.
Ahí estábamos, otra vez en el mismo patio, él haciendo chistes a algunos compañeros y yo merendando con ellos en silencio. Pensaba en el pronóstico del tiempo fallido, en que nunca leo pronósticos, ni horóscopos; en las probabilidades... Me gusta abrir la ventana y que el día me sorprenda, no llevar paraguas, caminar por la ciudad esquivando los chorros que caen de los balcones... Pensaba en la gente que hoy salió de su casa con paraguas y nosotros ahí sentados, en un patio húmedo y soleado. Era una típica tarde santafesina de verano en junio.
Subimos los dos en ascensor después de que el profesor nos buscó. El miraba el techo y yo, el piso. Nos veíamos cansados en el espejo. Olfateábamos la despedida y suspiramos. Entramos al aula con desgano y  después charló sobre la materia con el profesor. Yo lo escuchaba sin mirarlo. Poco después, la clase terminaba. Guardaba mis cosas cuando lo vi salir y entrar al ascensor. Creo que en media hora entraba a otra materia, quizás no, por ser el último día. Luego viajaría y no volvería hasta dentro de dos meses. Bajé en otro ascensor y me despedí de otros compañeros. Salí a las escalinatas y me detuve en el mismo lugar que había soñado aquella noche cuando la facultad se incendiaba en mi inconsciente. Me invadió una sensación que me fue difícil descifrar. Era la certeza de recorrer una ciudad en la que el pronóstico de cruzarnos por casualidad no existía, salir alguna noche y saber que no está ni siquiera durmiendo; sentir la ciudad vacía, no volver a sentir el presentimiento de encontrarnos por ahí y sonreír al cumplirse siempre.
Tomé aire, bajé la escalera y empecé a caminar. Un par de personas llevaban paraguas cerrados con ellos. Sonreí al verlos y pensé que yo también llevaba uno. Miré el cielo y pensé que las nubes no me dejarían ver el eclipse. Seguí caminando perdiéndome entre paraguas cerrados y personas con pronósticos errados, en una ciudad que me parecía desierta y con el cielo nublado.

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