viernes, 3 de junio de 2011

Tortura subconsciente

Otra vez estaba parado ahí, mirándome a los ojos con su sonrisa grande. Sentía que todo iba a estar bien. Estábamos en el cuarto piso de la facultad, había habido un incendio y él era el héroe. Lo miré a los ojos y sonreí como a veces pasa cuando estamos en clase y el profesor hace un comentario que no nos gusta. Me gustaba esa complicidad de lo no dicho, mirarnos, sonreír y entendernos. Estaba entre la multitud que le agradecía exageradamente. Les decía algo que no podía escuchar por la distancia y me volvió a sonreír. Llamé al ascensor, bajé a la planta baja, crucé el hall, me perdía entre la gente pintada de a momentos de rojo por las luces del camión de bomberos cuando su sirena y la de mi despertador se amalgamaban. Otra vez había soñado con él. Otra vez la tortura de despertar y sentir que me habían arrancado algo. Era la sexta vez en la semana que soñaba con él. Siempre sonriente, siempre mirándonos a los ojos, siempre la misma sensación de que todo va a estar bien.
Tenía que sacármelo de la cabeza de alguna forma. Por eso el martes cuando volvía a despertar habiendo soñado con él, lo ignoré. No me senté con él en el patio con el resto de los vagos en una hora que nos queda entre materia y materia. Me senté en la escalera de entrada a la facu con Belén y nos pusimos a hablar de un trabajo de investigación que tenemos que hacer. Sin embargo, todo aquel esfuerzo por evitarlo fue al pedo. El miércoles a la mañana desperté después de haber soñado con él. Por eso el jueves, ya desbordado por la situación, me senté con él o se sentó conmigo, no recuerdo bien y charlamos casi dos horas con un compañero más en un tiempo muerto.
Fue para peor. Coincidimos en muchos temas, pensamos igual en lo que se refiere a política, economía... Esperaba que en algún momento dijera algo que me haga dejar de gustar, pero no. Discutíamos con mi otro compañero y defendíamos la misma posición. En un momento entraron cuatro perros y como vió que uno tenía sed, le dió agua en un vaso descartable. Me hacía el desentendido, pero hasta ese gesto me había gustado. Me gusta hasta el hecho de que fume, cosa que detesto. Me gusta que tenga un poco de panza, de hecho es el primer pibe con panza que me gusta.
No sé bien por qué me gusta o no quiero verlo. Tiene una voz grave, en parte por el cigarrillo, que es lo primero que me atrae de un hombre. Es alto, grandote, tiene barba, una sonrisa grande y blanca; se viste de colores neutros, negro, azul, gris; es el único compañero que me pregunta como voy con el estudio, qué pienso rendir, qué pienso hacer una vez recibido. También es el único que me reta cuando digo algo fuera de lugar. Se comporta de una manera paternal conmigo que no lo hace con el resto de mis compañeros. Además lo envuelve un halo de misterio, nunca se abre mucho con nadie y hace poco que cursa con nosotros. 
Aún así, lo que me produce es indescifrable para mí. Si hoy vuelvo a soñar con él, será la séptima noche seguida. No quiero acostarme sabiendo que voy a soñar con él, ni quiero despertarme habiendo soñado con él otra vez, pero si el significado de lo que me pasa se esconde en el mundo onírico, no me queda otra que intentarlo e irme a dormir. Me fui a acostar.

2 comentarios:

Gaston dijo...

A veces el inconsciente no es tan inconsciente como uno se imagina...

Gastón dijo...

A veces el inconsciente no es tan inconsciente como uno se imagina...

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