miércoles, 16 de noviembre de 2011

La respuesta

¿Qué hacés cuando lo que siempre quisiste escuchar llega tarde? Era la pregunta que siempre rondaba mi cabeza las noches que no podía conciliar el sueño, meses después de que mi relación con Gustavo se apagara definitivamente. Por supuesto, en aquella época, lo que quería escuchar era a Gustavo diciéndome lo que realmente sentía y lo tardío era algo mucho más nebuloso.
Tres años después de aquellas noches de insomnio esperando a quien nunca me esperó, una noche de sábado, llamaba a Guido para decirle que no hacía tiempo para cenar con él y el resto del grupo en 1980, pero que podía ir más tarde si decidían quedarse a bailar en el sótano del restaurante.
Llegué al lugar cerca de las doce, mientras mis amigos terminaban de pagar la cuenta, sin pensar que, aquella noche, la pregunta que me anduvo rondando la cabeza tanto tiempo encontraría una respuesta.
Nunca había ido a bailar a aquel lugar. Los alaridos de un grupito de chicas en sus veinte y tantos nos recibió al grito de "esta noche saldré a emborracharme, andaré por las calles de esta ciudad tan grande", en un intento de karaoke. Había grupos de parejas que rondaban los sesenta años y que parecía que habían salido a bailar con sus hijos; había un grupo de chicas que festejaban un cumpleaños, algunos tipos en sus treinta y un grupo de cuarentonas que parecían haberse divorciado recientemente. La atmósfera del lugar se me antojaba divertida, bizarra y fascinante.
Nos hubicamos frente al DJ, donde parecía haber más gente de nuestra edad, y nos dedicamos a bailar y tomar champán con Speed. La música era de fiesta y el DJ, que tendría más de sesenta años, le ponía mucha onda cuando bailaba. Frente a mí, unos ojos conocidos me vigilaban cada tanto. Cerca de las tres, Guido y Camila se fueron a un telo y yo me quedé con lo que quedaba del grupo.
Cerca de las cuatro, todos querían volverse, así que les dije que iría al baño y después nos iríamos. Cuando volvía del baño, quien seguía mis pasos, posó su mano en mi hombro y me preguntó:
-¿Ya te vas?
-¿Cómo andás che?
-Bien, bien. Te extrañé.
-Yo también loco.
-¿Andás bien?
-Sí, si. Todo bien.
-Presentame alguna amiguita.
-Sos terrible. No cambiás más, loro viejo.
-Ja, ja.
Hubo un silencio y me dijo lo que siempre quise escuchar:
-Gustavo todavía te ama.
Me paralicé.
-No se nota- disparé intentando parecer que aquel disparo no me había alcanzado- Sé que sale con alguien.
-Ya no.-me respondió.
Hubo otro silencio.
-Hablé hace poco con él, es mi hermano, se le nota. Te extraña.
El Ponja apareció al lado del hermano de Gustavo y me hizo seña de que se estaban yendo.
-Mis amigos se están yendo.
-Bueno che, que andes bien.
-Vos también, cuidado con las cuarentonas que andan tiroteando.
-Ja, ja. Un gusto saber de vos.
Barby se quería quedar un rato más, así que tomamos y bailamos un rato más, y salimos del lugar. Caminamos un par de cuadras hasta que encontramos un taxi. En el camino ensayaba una respuesta que horas más tarde terminaría de definir. ¿Qué hacés cuando lo que siempre quisiste escuchar llega tres años tarde? Bailás un rato, tomás un poco, salís temprano del boliche, cerca de las cuatro; caminas unas cuadras y te tomás un taxi con tus amigos; te despertás sospechosamente temprano un domingo cerca de las diez, estudiás hasta el mediodía, mirás un rato "En familia" con Chabelo, hacés el asado, estudiás un rato más, te juntás un rato con tus amigos en la costanera y tu vida sigue.

2 comentarios:

Ronnie dijo...

Te preguntás "que hacés".
Yo tenía 28 años y lo volví a encontrar, luego de tres años. Desde ese día estamos juntos y felizmente casados.
Desde que nos conocimos pasaron (¿?) 49 años.
Un abrazo grandote y un enorme beso (los argentinos somos muy besuqueros)

Pavote dijo...

Ronnie: Guaaaaaaaaau!!! Suena como una historia re copada. Supongo que te casaste hace poco ¡Felicitaciones!

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