domingo, 29 de mayo de 2011

El profe

Me enjuagué el pelo con agua fría y salí de la ducha. Me miré la cara en el espejo. A pesar de haberme afeitado ayer, algo de barba ya había crecido. No había tiempo, así que sólo me afeité el bigote, me puse algo de desodorante, perfume, el reloj, el boxer más decente que encontré y me vestí para ir a clases. Repetía "cinco cosas, cinco cosas": Llave, billetera, reloj, dni y tarjeta de colectivo. "Cinco cosas, cinco cosas". Cinco cosas que son seis cuando voy a un cumpleaños: Llave, billetera, reloj, dni, tarjeta de cole y regalo. No era una clase cualquiera. Hacía varias clases que cursar se había convertido en otra cosa, en una especie de ritual. En un ritual en el que escucho, tomo apuntes y nos miramos, como si yo fuera el único alumno de la clase.
Me subí al colectivo sabiendo que llegaría tarde. Mientras viajaba pensaba que llegar tarde sería lo mejor, ya que podía hacerme el boludo, no sentarme con mis compañeros y elegir un asiento donde ninguno de mis compañeros podía ver que con el profe intercambiábamos miradas. Caminé lentamente la cuadra que separa la parada del cole de la facu. El pie que me habían operado la semana anterior no me molestaba, pero el médico me había dicho que no camine mucho. Subí al cuarto piso en ascensor. Abrí la puerta del curso. Me miró a los ojos cuando entré y me senté ni muy atrás, ni muy adelante y un poco al costado. Tenía puesta una camisa blanca arremangada, una corbata y un pantalón azules, zapatos negros y en su cara se asomaba incipiente una barba de pocos días.

Realmente me gustaba este tipo. No era calentura. Si hubiese sido calentura, no le hubiese permitido que este juego se extendiera tanto. No le hubiese contestado ninguna mirada. Me hubiese dedicado a escucharlo, tomar apuntes y dejar que este tipo se convirtiera en parte de mis fantasías irrealizables. Había algo en él que me intrigaba. Por lo que pude escuchar, es de origen judío y tiene menos de treinta años. Pero no era eso lo que me llamaba la atención. Era lindo, pero he conocido chicos mucho más lindos.
Dijo algo importante que anoté, cuando terminé de escribirlo, levanté la mirada y me estaba observando. Sonreí. Se dió vuelta e hizo un gráfico en el pizarrón, cuando se dió vuelta para explicar el gráfico me miró directamente y esta vez fue él el que sonrió. Suelo aportar mucho en clase. Esta materia era la excepción. Sin embargo hoy participaría en clase. Quería hacerme notar. Agregué una explicación al gráfico que él había hecho y que había dejado pasar. Asintió dándome razón y completó la idea. Me había propuesto acercarme a él al final de la clase, preguntarle que habían dado la clase anterior y desde qué autor podía encarar el tema. Si tenía suerte, quizás pasaba algo.
El tiempo transcurría espeso. Mis manos transpiraban un poco. Participé un par de veces más y nos miramos otras tantas hasta el punto de la obviedad. Me dije "basta" y me limité a escribir en la carpeta. Me acordé que alguien me había comentado que los griegos pensaban que la enseñanza estaba unida al Eros. "Basta de pavadas, concentrate", pensé. La clase terminó. Dejé mis cosas en el banco y noté que un compañero se había parado también para acercarse al profe.
-Profesor la clase pasada falté...
-Sí- me interrumpió nervioso.
-Porque me tuve que operar.
Hubo un silencio.
-Yo también falté-agregó mi compañero.
-Quería saber qué tema habían dado-pregunté.
-Empezamos a dar el tema de hoy-dijo mientras levantaba un brazo y se tocaba detrás de la cabeza muy nervioso.
Me dió mucha gracia que estuviera tan nervioso.
-¿Y de qué autor puedo verlo?-le pregunté mientras contenía una sonrisa.
-De éste-dijo mientras sostenía un libro en su mano que había levantado del escritorio.
Hubo otro silencio. Seguía tocándose la cabeza con su mano derecha. La tensión sexual era evidente. Mi compañero seguía ahí.
-Bue...-logré decir antes que me interrumpiera.
-Sí, básicamente miralo de este autor- dijo mientras lo seguía notando nervioso.
-Bueno, muchas gracias.
Un par de clases más tarde, el cuatrimestre terminaba no sin antes mirarnos un rato más y cruzar palabras intrascendentes. Nunca dió el primer paso. Yo tampoco. La última clase, recomendó unas páginas de un libro que prestaría para fotocopiar, pero que le debía ser devuelto al rato en su oficina. Nadie lo quiso. Era mi oportunidad, pero la dejé pasar. Creí haber hecho bastante con haberme acercado aquella vez. Lo crucé un par de veces en el verano en la peatonal; dos de la mano de una chica. Nos seguimos cruzando y sigue existiendo la misma tensión, sólo que ahora sí es una fantasía irrealizable.

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